Nunca sabremos que hubiera sido de muchos de los que conocimos a Fernando sin su gran afición al ajedrez y que unas Navidades, quizá las de 1965, viajara a Hastings, al sur de Inglaterra para asistir a un prestigioso torneo. Allí conoció a Bobby Irving quién sería su jefe y maestro durante su estancia en el Servicio de Geriatría del Hospital St. Helen. “Somos producto de las circunstancias” escribe y de aquella coincidencia, surgida de la convicción transmitida en un ambiente propicio, se trajo una maleta llena de conocimiento, de atracción por la medicina geriátrica, y de un entusiasmo contenido, la de un médico joven con vocación de servicio para una causa justa, la atención a los problemas de los ancianos. En 1990, mucha vida después, en el prólogo de uno de sus libros “Treinta años de Geriatría en España 1960-1990” dejó dicho, “la vocación no tiene lógica, es anárquica, arbitraria, mágica e incluso puede ser extravagante e inútil, solamente la emoción la sostiene, aunque en estos tiempos sentir emoción resulte un inevitable error” En el viejo San Jorge, dio rienda suelta a las dos sensaciones a la vez, vocación y emoción consiguiendo, con mucho esfuerzo, que unos cuantos médicos de distinta procedencia le acompañáramos en la ardua tarea de seguirle en un camino que no siempre fue de “vino y rosas”, capítulo de otra de sus publicaciones “Mis viajes en bicicleta, 1992” Es difícil, en poco mas de un folio, sintetizar el perfil del Dr. Perlado, el profesional, y el humano.
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